martes, octubre 17, 2006

"Alarga la mano a través de la pared / Más allá del país del tiempo hay arena"
Marcel Wauters



Intentar ver el paisaje a través de los ojos de otros. Como cuando miro esta montaña de Irán e intento imaginarme la impresión de un soldado griego conducido por Alejandro Magno: el cansancio, la lejanía. Sólo la hierba y mucho más territorio más allá, aún.

miércoles, octubre 11, 2006

-"No" -contesté-. "No estoy fatigado. Voy a decirle lo que siento, capitán Giles. Me siento viejo. Y debo de estarlo. Todos ustedes, los que se hallan en tierra, me hacen el efecto de una par­tida de jóvenes calaveras que nunca han tenido la menor preocupación en el mundo".
El capitán Giles no sonrió. Su aspecto era in­soportablemente ejemplar.
-"Eso pasará -declaró-, pero es verdad que parece haber envejecido".

Joseph Conrad
La línea de sombra

La vida llega sin permiso y se va de la misma forma incluso sin necesidad de que termine con la muerte. Hace unos años pasé una época extraña. El detonante fue una mujer, pero las causas eran mucho más profundas. Ella sólo removió el limo y me causó un año completo de hundimiento absoluto. Ahora, sin embargo, lo veo como algo lógico y también necesario; en cierto sentido, me hizo cruzar mi línea de sombra.
Lo peor de aquel año fue la amnesia. No me refiero a algo consciente -buscar olvidar, no recordar, deshacer los recuerdos- sino a una literal pérdida de memoria.
No tengo ningún recuerdo de los últimos meses de vida de mi abuela.

martes, octubre 10, 2006

Herodoto cuenta en su Libro VIII que, cuando Jerjes quiso saber cuál era el premio que daban los griegos a los vencedores de los Juegos Olímpicos, estos le respondieron que una corona de olivo. Tritantecmes, general de Jerjes, exclamó: “Contra qué gente hemos ido a combatir, que no compiten por dinero sino por su propio honor”.



Salvaje como un cuadro de Klimt.
Como los alemanes ocupando las fortificaciones de Rodas.
Como el mar que me moja desde el espigón todas las mañanas o la llama de una vela en mi cuarto.
Como la entrada al barrio judío de una ciudad árabe que nunca llegaré a conocer.

Me miro al espejo recién levantado, y me parece que cada día tengo las arrugas junto a los ojos más pronunciadas. En la cocina suenan al mismo tiempo la cadena musical y la cafetera. Händel desde primera hora de la mañana. El mar parece sucio por la bruma. Aún no ha salido el sol, y yo hoy me siento más salvaje que de costumbre. Igual que el día. La lluvia empieza a golpear con más fuerza en los cristales. Llega una nueva borrasca de aire caliente, y yo iré a trabajar deseando que esta mañana pase rápido, y que llegue más rápida aún la tarde. Pienso pasármela de compras, preparándome para la noche...

lunes, octubre 09, 2006

Desde que comencé a trabajar, he estado viviendo en muchos lugares. Nunca me ha preocupado no sentirme en mi hogar en ninguna parte. Lo he atribuído a una cierta propensión al nomadismo, o como quiera que se llame eso.
Pero estos días aquí ha sido diferente. Supongo que a eso contribuirá el gran ventanal del salón que me hace ver el mar, pero en cualquier caso, sin sentir todo esto como otra cosa que un sitio donde vivir un año o dos a lo sumo, me he sentido cómodo desde el primer momento. Lo he notado cálido. Nunca habría asociado esa sensación a un piso de alquiler.
Cuando llegué, llovía a cántaros. Deshice el equipaje en diez minutos, conecté el ordenador, envié un aviso, y lo apagué. No quise encender la televisión. Me serví un jerez y me quedé mucho tiempo mirando desde la ventana, con las luces apagadas.

Esta temporada no paro de leer y leer. Los libros se agolpan en mi mesa de noche, en el despacho y también en la de la cocina. Es como si necesitase recuperar el tiempo perdido. También escribo. El libro va a buen ritmo. Y vuelvo a tener ganas de cocinar. Me he bajado el Dictionnaire de Cuisine de Alejandro Dumas, lo he impreso -1500 folios- y voy experimentando. Mientras escribo esto estoy haciendo un Fondo Oscuro, que luego usaré para hacer un ragú de buey acompañado de paté. Debo bajar a la ciudad a comprar algo de vino.
Es curioso. La soledad puede convertirte en un salvaje, o en un sibarita. Por supuesto, he descubierto que soy lo segundo, a una escala que ni siquiera sospechaba hace unos años. Además, me está resultando un buen remedio para apreciar que la vida sólo se compone del aquí y del ahora: disfrutando de una cena exquisita, un buen cognac, mirar el mar desde este sofá, horas de lectura, y recordar una piel y unos labios.

jueves, septiembre 21, 2006

A través de los sueños, esta noche he entrado en lugares de los que procuraba mantenerme bien alejado. Vuelvo a abrir en mi memoria habitaciones que creía que estaban cerradas. Durante años he conseguido que no recibiesen luz, hacer como si nunca hubieran tenido puertas, como si los recuerdos y las imágenes que hay dentro nunca hubieran existido. Pero claro, es imposible. Y los sueños vuelven a habitar esos cuartos, y vuelvo a sentir el olor rancio de una habitación decorada con ladrillos haciendo de librería, la cama con una funda nórdica que daba la impresión de que estaba a medio hacer, o un piso en una ciudad de verano, donde no podías ir al baño descalzo porque el suelo estaba plagado de cucarachas. Y recuerdo una habitación de hotel, y ella dormida en el suelo, para no sufrir tanto el calor, y coger mi mano y pasársela dormida y excitada, por su pecho desnudo. O la sensación de opresión por vivir en un pueblo en medio de un páramo, en una especie de bloques de estilo soviético con un río abandonado al lado, palomas muertas y un parque con la tierra tan blanda que no podías pasear por él. Parecía que habían enterrado a alguien hacía horas. Sólo he vuelto allí en una ocasión, y al salir del coche tuve esas mismas sensaciones. Me pregunté cómo había sido capaz de vivir allí durante un año entero, cada día, en aquel piso mal acabado por el que entraba toda la humedad del río y un aire tan frío que hacía que no saliésemos del salón más que para casos de estricta necesidad. De aquella época no queda ya nadie con quien recordarla: mi compañero de piso murió dos años después, y a la mujer que conocí allí sólo la volví a ver en una ocasión. Apenas hablamos.
Ponerme una coraza que sólo me he quitado en parte. Y despertar sintiendo la necesidad de volver a cerrar bien las puertas, procurando que tarden de nuevo unos cuantos años en abrirse.

sábado, septiembre 16, 2006

Tener consciencia es, la mayor parte de las ocasiones, un acto de crueldad.

jueves, septiembre 14, 2006

"era un hombre que escribía, que interpretaba el mundo... cuando encontrábamos algo escrito en nuestros viajes (alguna frase, sea contemporánea o antigua, sea árabe en una pared de adobe, una nota en inglés escrita con tiza en el guardabarros de un jeep), él leía ese mensaje y apretaba su mano contra él para llegar a los significados más profundos posibles"
Quizá nosotros hagamos igual, enfrentándonos inutilmente a comprender lo que nos rodea. Realmente, no sé si podemos ni siquiera imaginarnos cómo es el mundo. Si miro dentro de mí, hay momentos en que sólo veo un abismo. En cualquier caso, sé que ese abismo es lo que va a quedar más allá de mis límites: la nada, la oscuridad. Ni siquiera podemos contar, cuando desaparezcamos, con la memoria de los demás, que es aparte de efímera, inconstante. Con lo cual, a lo mejor lo único que queda de nosotros muchos años después de que nos hayamos ido son las palabras vacías, y por lo tanto, todo lo que hagamos de verdad en la vida, aquí, y ahora sea lo que sea, sólo tiene un sentido mínimo. Un proverbio chino dice que nuestras acciones acabarán revirtiéndonos. En realidad, quizá seamos nosotros los que tarde o temprano, ajustemos cuentas con nosotros mismos. Para bien y para mal. Porque es imposible comprender, descifrar, o traducir siquiera lo que ha hecho un muerto y sólo podemos interpretar lo que hemos hecho nosotros, en cierta medida, para llegar a arañar sus significados. Y es inevitable que nos preguntemos por qué hemos hecho esto, porque en un momento determinado callamos cuando debíamos haber hablado. Porque decidimos mirar hacia otro lado, o al revés, involucrarnos cuando hubiera sido mejor haber permanecido al margen.